LA FRASE RADICAL DEL DÍA, PARA LA CONFRONTACIÓN

“Yo les he dicho que elijan a su candidato o candidata, pero igual los vamos a barrer”. Hugo Chávez (Palacio de Miraflores en Caracas, 13 de abril del año 2011)

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sábado, 16 de abril de 2011

Declaración del carácter socialista de la Revolución Cubana 16 de abril de 1961.

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Era domingo y un aura de tristeza y a la vez de efervescencia revolucionaria se percibía en toda Cuba. Sólo habían pasado 24 horas desde que seis aviones B-26 procedentes de Nicaragua habían atacado de manera simultánea los aeropuertos de Santiago de Cuba, San Antonio de los Baños, el de la Fuerza Aérea Rebelde y la pista de Ciudad Libertad, en la capital. Siete cubanos ofrendaron sus vidas durante la traicionera acción contrarrevolucionaria.
Acribillados por el fuego antiaéreo las naves enemigas fueron obligadas a retirarse. En sus maltrechos fuselajes aún lucían la bandera que las identificaba como cubanas, para tratar de penetrar en el territorio nacional libremente. Tras informar al pueblo de los sucesos, el líder de la Revolución, Fidel Castro, visitó los lugares atacados, dictó órdenes, escribió comunicados. Además de los fallecidos, había decenas de heridos y viviendas destruidas como saldo de la cobarde acción organizada y financiada por Estados Unidos. Aquel domingo, un día después del ataque, la población de La Habana, en nombre del pueblo cubano, acompañaba hasta la sepultura a las victimas fatales.
Conmovidos, los habaneros despedían en la Necrópolis de Colón a sus hermanos, entre ellos el joven artillero Eduardo García, quien, en un conmovedor gesto, casi muerto, escribió con la sangre que se le escapaba, en una pared próxima al suelo donde estaba tendido, el nombre de Fidel.
En aquellos momentos de dolor pero también de reafirmación, ya era sabido por la población que un ataque militar contrarrevolucionario era inminente.
El cortejo fúnebre partió del salón del Rectorado de la Universidad de La Habana donde estaban tendidas las victimas, cubiertos por la bandera cubana. Fue el velatorio una noche larga, en la que millares de mujeres y hombres subieron la escalinata universitaria, símbolo de la rebeldía de la juventud cubana, para rendir homenaje a los caídos. Un enorme letrero con la palabra “Venceremos” en lo alto del edificio principal indicaba el espíritu que animaba a los cubanos de combatir y derrotar cualquier intentona del enemigo para destruir la Revolución.
El sol estaba alto siguiendo a un río humano que se extendía desde las afueras de la Universidad de La Habana, seguía por la céntrica calle 23, y se integraba en un cuerpo único, compacto, durante tres horas de caminata, hasta una improvisada tribuna en la entrada del Campo Santo, desde donde el Comandante en Jefe Fidel, quien encabezó el silencioso cortejo, hizo la despedida de duelo. Milicianos, soldados, mujeres y hombres, con los fusiles en alto, escuchaban en fervoroso silencio, sólo roto por vivas a Cuba, a la Revolución, al hombre que cambió el curso de la historia de Cuba para siempre.

Todos, en cada uno de los pueblos de esta pequeña ínsula esperaban las órdenes de su Comandante. Eran momentos de gran tensión. Estados Unidos había roto sus relaciones diplomáticas con el Gobierno Revolucionario. Sus planes de impedir el triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959 fracasaron, pero continuaba la administración de Dwigth Eisenhower apretando sus tuercas para ahogar la economía de la pequeña isla, mientras el proceso cubano se radicalizaba. Importantes leyes revolucionarias, entre ellas la de la Reforma Agraria, fueron dictadas, y el pueblo cubano seguía a su líder en todas sus decisiones, seguro de que por primera vez había un gobierno con vergüenza desde 1902, cuando se instaló la seudorrepública colonizada por Washington. Millares de jóvenes y adolescentes alfabetizaban en aquellos momentos hasta en los lugares más intrincados de la nación. Enseñaban a leer y a escribir a más de un millón de personas de los sectores más humildes de la población. Radios, televisores, altoparlantes situados en las calles duplicaban, triplicaban la enardecida voz de Fidel, entonces un joven de 35 años, con el ímpetu de la verdad guiando sus palabras en la histórica esquina de las calles 23 y 12, en las proximidades del Cementerio.
Tras desenmascarar las mentiras del gobierno de John F. Kennedy que trató de desinformar a la opinión pública mundial sobre el ataque mercenario del día anterior, culpando de los hechos a supuestos desertores de la Fuerza Aérea Rebelde, Fidel denunció a la Casa Blanca: "¿Es posible estafar al mundo de esa manera?, preguntó. Yo emplazo al presidente de los Estados Unidos, si tiene un átomo de pudor, a que presente ante las Naciones Unidas los pilotos que dice salieron del territorio nacional. Si no lo hace, quedará ante toda la humanidad como un mentiroso."
En otra parte de su discurso, interrumpido por vítores y ovaciones, el líder revolucionario indicó las razones verdaderas que guiaban el afán de Estados Unidos para destruir el proceso revolucionario.
"Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas, dijo, es que estemos aquí; lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba. Eso es lo que no pueden perdonarnos: que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de los Estados Unidos…" "Y que esa Revolución socialista ¡la defenderemos con esos fusiles que tienen ustedes! ¡La defenderemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos acribillaron a balazos a los aviones agresores!" .
Mientras la multitud levantaba en alto los fusiles con los que horas después repelarían el ataque militar contrarrevolucionario que desembarcó por Playa Girón, Fidel definió ante sus compatriotas el futuro de la Revolución y su carácter social y humanista: "Y que esa Revolución socialista, afirmó, ¡la defenderemos con esos fusiles que tienen ustedes! ¡La defenderemos con el valor con que ayer nuestros artilleros antiaéreos acribillaron a balazos a los aviones agresores!".
El jefe de la Revolución invitó al pueblo a jurar un compromiso de honor con la Patria, el de defender "hasta la última gota de sangre" a la Revolución "de los humildes, por los humildes y para los humildes":
"Aquí, frente a la tumba de los compañeros caídos; junto a los restos de los jóvenes heroicos, hijos de obreros y de humildes, precisó, reafirmemos nuestra decisión de que, al igual que ellos pusieron su pecho a las balas y dieron su vida, vengan cuando vengan los mercenarios, todos nosotros, orgullosos de nuestra Revolución; orgullosos de defender esta Revolución de los humildes, con los humildes y para los humildes, no vacilaremos en defenderla hasta la última gota de nuestra sangre…".
Aquel pueblo enardecido, con el ardor que da a los corazones las causas justas, cantó junto a su líder el Himno Nacional. Después, Fidel declaraba a Cuba “en estado de alerta” y ordenó a los milicianos a incorporarse a sus batallones "ante la inminencia que se deduce de lo ocurrido últimamente": "Dispongámonos -fueron las últimas palabras de Fidel a salirle al frente al enemigo, con las estrofas del Himno Nacional, con el grito de “¡Al combate!”, con la convicción de que “morir por la patria es vivir” y de que vivir en cadenas “es vivir en oprobio y afrenta sumidos”...
"Marchemos hacia nuestros respectivos batallones y allí esperen órdenes, compañeros…"
Concluía así, con cada mujer y cada hombre dirigiéndose a sus puestos de combate, una gloriosa jornada, preámbulo de una de las más heroicas batallas libradas por el pueblo cubano en toda su historia. Pronto empezaría un nuevo episodio en el heroico bregar del pueblo cubano, más unido que nunca, por defender y mantener sus conquistas.

(Tomado de Radio metropolitana)


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