Por: Norberto Bacher
Domingo, 09/03/2014
Venezuela atraviesa una nueva crisis política. No es
la primera ni tampoco será la última. Es un nuevo episodio de un histórico e
irresuelto conflicto de clases. Por una parte se conecta con los sucesivos
episodios de golpes y desestabilización que debió afrontar el Comandante Chávez
durante sus gobiernos. Pero tiene sus particularidades, que deben ser
comprendidas en el marco de la actual coyuntura. No es comparable la situación
en que se dieron las guarimbas del 2004 a las actuales. Aunque mucho de sus
protagonistas, y especialmente sus autores intelectuales, son los mismos de
aquella época, las relaciones de fuerzas tanto internacionales como nacionales
han cambiado.
LUCHA DE CLASES
Frente a una campaña metódica y falaz de la prensa internacional de derecha
para engañar a la opinión pública, presentando lo que es un plan centralizado
para desestabilizar el gobierno de Maduro como una espontánea rebeldía de la
juventud universitaria contra al supuesto despotismo encubierto de un régimen
ilegítimo, es necesario recordar el hilo histórico, al menos de las dos décadas
pasadas.
El viejo conflicto entre las clases explotadoras nativas, entrelazadas por
múltiples vínculos a intereses imperialistas y la resistencia de una amplia
franja del pueblo, que hunde las raíces que lo nutren en los explotados y
oprimidos, se transformó cualitativamente en aguda lucha de clases cuando
estalló la rebelión popular en 1989 y desde que Chávez accedió a la
presidencia, hace quince años, esas clases dominantes comprendieron que su
poder había entrado en cuarto menguante. Desde entonces la posibilidad de
guerra abierta, de clases, ha estado latente. Con la consolidación del bloque
bolivariano y la irrupción de esa masa explotada en la escena política, los
poderes tradicionales establecidos – el llamado “establishment” y las diversas
elites que vivieron a su sombra – se han sentido perseguidas, cuestionadas, en
la misma medida que iban perdiendo el control del aparato del Estado, aun
cuando todavía sigan viviendo muy bien y derivan hacia sus arcas buena parte de
la riqueza nacional, bajo distintas formas de apropiación de la renta
petrolera.
Esa guerra latente, esporádicamente estalla en violencia abierta, como en los
recientes días y como viene ocurriendo recurrentemente desde 2002, no por
voluntad o acción del pueblo chavista ni de sus gobiernos – antes Chávez,
Maduro ahora – sino de las antiguas clases dominantes, que no encuentran el
atajo que los lleve a recuperar el control del Estado. Reaparece cuando los
centros pensantes de la derecha nativa, vinculados y financiados directamente
por el Departamento de Estado, diagnostican debilidades, vacilaciones o
confusiones en las fuerzas revolucionarias.
Tras más de un año de constante ofensiva de la derecha, especialmente en la
esfera económica, en el cual la revolución fue cediendo terreno, los comandos
de la MUD pensaban coronar esa ofensiva con un triunfo electoral en las
municipales del pasado 8 de diciembre, que abriese el camino para su escalada
hacia el poder mediante un desconocimiento abierto del gobierno de Maduro, al
que por otra parte nunca terminan de reconocer. Es decir una suerte de llamado
insurreccional.
Una vez más el pueblo bolivariano demostró el desarrollo de la conciencia
política que alcanzó bajo la dirección de Chávez y volvió a darle una bofetada
a los planes de la derecha. Mayoritariamente y en lo fundamental entendió que
lo que estaba en juego no era escoger entre un mejor o peor alcalde, sino
reafirmar la vigencia de un compacto bloque de las fuerzas de la Revolución,
máxime cuando se estaba frente a una embestida reaccionaria, en varios frentes.
Lo que el pueblo comprendió tan sencillamente resulta inaccesible para la
erudición de algunas supuestas vanguardias.
INCOMPRENSIONES CRÍTICAS
No lo entienden por ejemplo quienes escribieron (por suerte con pocos lectores)
que frente a la presente escalada no existe ningún peligro de golpe de Estado
porque el gobierno controla a los militares. Seguramente creen que la única
posibilidad de golpe existe cuando hay una guardia pretoriana gorila que, según
el molde de los manuales yanquis de contra-insurgencia, está dispuesta a poner
a un presidente en calzoncillos del otro lado de la frontera, como hicieron en
Honduras. Estos ventrílocuos de revoluciones parece que desconocen el riesgo
cierto de estos días pasados, que se enfrentaran sectores del pueblo entre si,
es decir de una incipiente guerra civil, para allanar el camino a una fuerza
intervencionista externa. Esa era la apuesta mayor, tanto de sectores de la
derecha nativa como de un ala extrema de la derecha yanqui. Justamente porque
saben que actualmente no disponen de fuerza militar interna buscan por todos
los caminos, los diplomáticos y los más oscuros de la conspiración, una
intervención extranjera. El pedido del magnate que gobierna Panamá de
intervención de la OEA o el de la dirección de COPEI (socialcristiano de
derecha) pidiendo la mediación de la ONU y el Vaticano complementan la línea
intervencionista de un ala de la derecha.
También ayudan a sembrar confusión quienes son incapaces de entender la lucha
de clases bajo la forma concreta (y compleja) en que se desarrolla frente a sus
ojos, aunque la mencionan en cada párrafo. Por ejemplo aquellos que reducen los
recientes episodios a una confrontación inter-burguesa, entre la nueva
boli-burguesía chavista y la burguesía histórica. No encuentran otra salida
para explicar la crisis actual, porque en sus cavilaciones de cenáculo hace
tiempo decidieron dar por muerta a una Revolución, aún cuando el pueblo que
durante todos estos años la está protagonizando nunca se enteró del velorio.
Aunque lo hagan con afán pedagógico tampoco ayudan a la comprensión de la
realidad quienes comparan la crisis local con los sucesos de Ucrania. Lo
importante para entender la aguda lucha de clases que vive el país, una lucha
entre revolución y contrarrevolución, no es dilucidar como el Departamento de
Estado está aplicando las técnicas del “golpe suave” codificadas por uno de sus
escribas (Gene Sharp), sino analizar las clases enfrentadas, sus objetivos
históricos, las causas que las movilizan. Si acaso los cerebros de la embestida
golpista usasen las mismas tácticas en los dos países el sustrato social en las
cual la aplican son sustancialmente distintos, casi opuestos. Ucrania (y todos
los países del este europeo) vive desde hace veinte años un proceso de
despojamiento de las grandes masas, de acelerada apropiación de los bienes
públicos por grupos oligárquicos, incluso mafiosos, de aumento de la
desigualdad social y de exclusión de amplios sectores de la población, aunque
todo eso se haga en nombre de la democracia. La consecuencia directa de este
proceso ha sido una mayor fragmentación social en un país que antes era más
igualitario, fragmentación que ahora se refleja en una división hasta por los
orígenes étnicos o parlantes de cada sector y pone al país al borde de la
división territorial. En Venezuela, en el mismo período histórico, se vive
exactamente lo opuesto, avance hacia la igualdad, mayor inclusión social,
reapropiación por la sociedad de bienes que estaban al servicio de grupos
minoritarios, mayor sentido de la unidad nacional y del sentimiento patrio
frente al acoso imperialista. Por eso el sector mayoritario del pueblo, el
bolivariano, está preparado para derrotar una vez más este nuevo intento de la
derecha de asalto al poder, que por vías electorales no logran.
Para que las contrarrevoluciones se impongan es obvio que son importantes los
factores externos, las presiones del capitalismo mundial en todas sus
variantes. Pero son solamente condicionantes, los factores internos son los
determinantes y entre ellos la unidad del pueblo es el más relevante.
LA DERECHA TIENE PLAN
Tras masticar la amargura del último fiasco electoral, el fracturado comando de
la MUD, se vio en la imposibilidad política de seguir huyendo del diálogo
institucional que en diciembre el gobierno les impuso a esos alcaldes y
gobernadores de la derecha. El gobierno pretendió distender la confrontación
mediante un acuerdo con esos funcionarios sobre políticas puntuales concretas,
como la seguridad. Pero el objetivo estratégico de la derecha no es mejorar la
gestión allí donde deben gobernar ni atender a las necesidades sociales. Por
eso no se conformó con la oferta de un mayor presupuesto fiscal ni de recibir
más patrulleros.
En cuánto el gobierno avanzó con mayores controles para frenar la guerra
económica retomaron el impulso desestabilizador, que dos meses antes debieron
engavetar. Al agravarse la contradicción entre las recientes normativas
jurídicas que se imponían desde el Estado (Ley de precios justos, guerra efectiva
al contrabando de escala, reafirmación de la estabilidad laboral) y una
economía cada vez más presionada por los latigazos del mercado, es decir por la
propia burguesía, se dispararon los planes de tomar las calles. Las clases
explotadoras creen que llegó el momento de dejar de ser trasgresores de la ley
en un territorio económico que sienten como un espacio que les pertenece y que
en buena medida siguen controlando.
Saben que no son los suficientemente fuertes como para voltear al gobierno si
no se produce el escenario de guerra civil. Pero se sienten lo suficientemente
fuertes como para proponerse frenar el avance al socialismo en el terreno en el
que se debe avanzar y en el cual la revolución tiene enormes debilidades: en el
del aparato productivo y las relaciones sociales de producción.
Siguiendo a un viejo axioma político se podría afirmar que las acciones
violentas en las calles –llamadas guarimbas – de los últimos quince días no son
más que la prolongación de la “guerra económica” del último año por otros
métodos, los violentos. Y unas y otra no son más que manifestaciones de la
aguda lucha de clases que desde hace años cruza a la sociedad venezolana. Sólo
con la ignorancia política de las clases medias, supuestamente ilustradas, se
puede seguir repitiendo la prédica reaccionaria que fue Chávez quien dividió al
país. Esas clases nunca le perdonarán al líder que haya dado visibilidad social
y organización política a los condenados de la historia
La derecha, aún con sus diferencias internas, está actuando según un plan
general, que tiene alternativas tácticas diversas y una única estrategia de
poder: desestabilizar en un plazo más o menos largo al gobierno de Maduro,
impidiendo las transformaciones hacia la transición socialista, como el primer
y decisivo paso para acabar con la Revolución Bolivariana
El gobierno denunció abiertamente y con antelación el episodio que está en
curso, aunque no tuvo capacidad política para conjurarlo, del mismo modo que
pudo hacerlo con intentos anteriores, algunos extremadamente graves, como el
frustrado putsch fascista desatado el 14 de abril, inmediato a la elección de
Maduro por un escaso margen.
Las fuerzas de la Revolución no pueden distraerse ni ilusionarse en supuestas
diferencias entre los personajes y grupos oposicionistas Es un imperativo
estratégico de la Revolución abortar un desenlace de guerra interna,
manteniendo la confrontación de clases dentro de los mecanismos previstos por
la Constitución para dirimir las relaciones de fuerza. Quince años de lucha sustentan
esa enseñanza.
LA DERECHA SE RECOMPONE
Aunque los sectores más radicales de la derecha opositora parecieran
disminuidos y circunscriptos en sus destructivas acciones de calle a unos pocos
territorios donde habitan los sectores medios y de la burguesía que son su base
social de apoyo, están dando clara señales que no están dispuestos a deponer
esas tácticas de foquismo urbano. Con la amplificación mediática tratarán de
mostrar que el país sigue incendiado. Sus fuerzas, aunque poco numerosas, no son
despreciables. Además de sus brigadas de choque, formada por una mixtura de
sectores juveniles de clase media, falanges fascistas bien adiestradas y
reclutas desclasados pagos, cuentan con la complicidad no disimulada de los
alcaldes opositores que gobiernan las parroquias donde se despliega el
vandalismo reaccionario. Le han liberado los espacios públicos, plazas y
calles. Para echar más leña al fuego también cuentan con el apoyo de la
institucionalidad universitaria, que por vía de los rectores derechistas,
mantiene las universidades en un receso no decretado pero efectivo y amenazan
con prolongarlo tras una inusual reunión en estos días de feriado.
En contra de las previsiones de algunos analistas cercanos al gobierno, la
derecha no sólo no se ha fracturado sino que, aún con todos sus matices y
divergencias internas, ya ha sacado rédito político de esta planificada
embestida contrarrevolucionaria. El primero y más importante para ellos es que
ha dado nuevos bríos al núcleo duro de la base social opositora, que estaba
disperso y desmoralizado después de sucesivos fracasos electorales. Aunque poco
dispuesta a plegarse a las acciones de violencia en las calles, no duda en
apoyarlas sumándose a marchas y justifican cualquier desmán ante la
expectativa, infundada, de socavar al gobierno bolivariano a corto plazo, como
le prometen sus líderes. La derecha ha vuelto a tener presencia en las calles,
más allá de las guarimbas. Por eso sus líderes los convocan para los próximos
días para la protesta pacífica por una “agenda social”, como el
desabastecimiento, la inflación. Hace un mes esa convocatoria hubiera sido
imposible. Ahora se les abre la posibilidad de convocatorias masivas mediante
la conjunción de las familias de clase media y los sectores juveniles universitarios
empujados por sus autoridades.
Esta resucitada capacidad de movilización masiva de una parte de la oposición
será una carta fuerte para presionar al gobierno, funcional tanto para el
sector “dialoguista” de la burguesía, que aceptó sentarse en las mesas de
concertación, llamadas de paz, como para los más recalcitrantes opositores de
línea dura, que han planteado una suerte de pliego de condiciones para avenirse
a una agenda de diálogo.
Aquí es donde aparece con claridad que la derecha tiene una estrategia global
hacia el poder, aunque aparezca atacando al gobierno por dos flancos distintos,
el de los “dialoguistas” y el de los irreductiblemente duros, que tratarán de
seguir incendiando calles para obligar a una acción represiva del Estado y hacer
aparecer al gobierno como violando los derechos humanos. Es necesario examinar
los planteos de ambos sectores para entender esa estrategia.
Al instalarse la llamada Conferencia Nacional de Paz, desdoblada luego en
varias mesas de trabajo, los opositores dialoguistas expresaron con bastante
claridad hacia donde apuntan. En lo político puede tomarse como indicativo el
discurso del diputado copeyano Pedro Pablo Fernández, quien abogó por un
socialismo al estilo de Lula. Es decir fijó el modelo de sociedad tolerable
para esa derecha, que es el del llamado “estado de bienestar”, una forma de
capitalismo humanizado, una forma de distribuir el ingreso nacional menos
agresiva para los asalariados y pobres, pero que no altere las relaciones
sociales de producción capitalistas. No se diferencia sustancialmente del
“capitalismo popular” que levanta la líder del ala abiertamente golpista de la
oposición y descendiente directa de la oligarquía, María Corina Machado. No es
más que una vuelta a las propuestas originales de los partidos del
puntofijismo, no sólo decadentes sino inviables en época de crisis capitalista,
como lo demuestra el abismo al cual lanzaron el país antes de Chávez y que se
vuelve a confirmar con la actual crisis europea, donde esas concepciones, tanto
en su versión social-cristiana como socialdemócrata naufragaron, para abrirle
el camino al más brutal ajuste neoliberal.
Por su parte el ala dura de la MUD plantea como requisito para el diálogo una
suerte de pliego de condiciones que apuntan a pasar de la guarimba callejera a
una insoluble crisis institucional de la República mediante el control por la
derecha de puntos neurálgicos del Estado, como el Fiscal General, el Contralor
General, nuevos rectores del CNE y magistrados del Tribunal Supremo de Justicia.
La intencionalidad inocultable es que el conflicto de clases, transformado en
crisis institucional, abra el camino a la intervención extranjera, vía OEA. Es
el mismo planteo que está proponiendo en su Congreso la senadora yanqui Ileana
Ros-Lethinen, una compulsiva enemiga de los gobiernos latinoamericanos que se
animan a cuestionar el yugo imperial.
Por su lado los más connotados empresarios de la burguesía nativa no se han
quedado por detrás de los líderes políticos que ellos financian y que los representan.
Utilizan una discurso que habla de una “distribución equitativa de las
oportunidades” para seducir a una mayoría del pueblo, incluso opositor, que no
toleraría formas más regresivas luego de los logros sociales del gobierno
bolivariano. Pero esa máscara simpática de la derecha en realidad esconde el
rostro horrible del ajuste neoliberal que las cámaras empresariales propondrían
si controlasen el gobierno.
El dueño del grupo Polar, que hace pocos meses cerró insolentemente el diálogo
con el gobierno diciendo que le traspasen a él las empresas que el Estado no
está en capacidad de administrar bien, ahora no se priva de levantar exigencias
que son un catecismo a la “libre empresa”, tales como asociar la inflación “al
financiamiento del gasto público con dinero inorgánico”, exigir garantías a “
los derechos de propiedad de todos los venezolanos para que quienes inviertan
en Venezuela puedan hacerlo con confianza”, y – no podía faltar – un ataque
solapado a la inamovilidad laboral, con la excusa de los malos trabajadores que
“la impunidad de personas que asisten a sus puestos de trabajo pero que no
cumplen con sus responsabilidades”
Como se ve las fuerzas más poderosas de la derecha nativa no dejarán de
levantar sus programas y volcarán todas las fuerzas sociales y económicas de
las que disponen para que la Revolución abandone el suyo. En definitiva no se
sientan para pedirle a Maduro que modere su lenguaje ni para una negociación
sobre temas puntuales, sino que proponen un abandono del programa de la
Revolución y buscan una capitulación, aún cuando lo hagan con buenos modales.
Envuelto en el guante de seda que le muestran al gobierno está el puño de
hierro de la burguesía contra las masas pobres y explotadas que convocadas por
la prédica patriota y antiimperialista de Chávez han osado cuestionar al
capitalismo, creen en el Programa de la Patria y renovaron su confianza en
corregir las flaquezas y desviaciones que muestra el proceso bolivariano cuando
el 20 de octubre de 2012 escucharon la autocrítica del líder, popularizada
después como Golpe de Timón.
NUESTRAS DEBILIDADES
Un articulista escribía estos días en Aporrea que sentarse a negociar no
implica en si ninguna traición del gobierno. En general tiene razón. Hasta en
las guerras, si no son de exterminio, se negocia. Pero el problema concreto y
de fondo es qué temas se van a negociar y en que condiciones se llega a la
negociación. Empecemos por lo último.
La Revolución llega debilitada a una negociación, que implica un esfuerzo
máximo del gobierno para frenar la escalada de violencia fratricida a la cual
apuntan las fuerzas reaccionarias.
Resultará paradójico para quienes razonan sólo en términos electorales e
institucionales afirmar que después de triunfar en cuatro elecciones cruciales
en tan sólo quince meses (octubre 2012-diciembre 2013), contar con el apoyo de
la Fuerza Armada, controlar la Asamblea Nacional, la mayoría de las
gobernaciones y las alcaldías, las fuerzas de la Revolución aparezcan
claramente en una situación defensiva. No hay duda que cuantitativamente las
fuerzas de la Revolución siguen siendo superiores a la de quienes quieren
destruirla.
Pero el problema radica en que la Revolución no está llamada a limitarse a
administrar el país, aunque debe hacerlo lo mejor posible. El pueblo fue
convocado por Chávez para realizar lo que las clases explotadoras no fueron
capaces ni tenían interés de hacer en su momento: transformar las viejas
estructuras productivas, soporte de una sociedad de exclusión y explotación,
para crear nuevas relaciones de producción, basadas en el predominio de la
propiedad social, que posibiliten consolidar una democracia revolucionaria,
única posibilidad de construir una sociedad justa y amante de la paz, como
exige el mandato constitucional. A pesar que bajo el gobierno bolivariano los
indicadores sociales de desigualdad han mejorado drásticamente, la injusticia
aún sigue prevaleciendo en la sociedad y gran parte de las relaciones humanas
siguen cruzadas por la violencia. Para concretar este enorme desafío histórico
las fuerzas de la Revolución aún no han dado el salto cualitativo que es
necesario. Son esas debilidades de las fuerzas de la Revolución las que
permitieron levantar cabeza a las fuerzas de la contrarrevolución, que una y
otra vez han sido derrotadas electoralmente.
Chávez conocía mejor que nadie los ciclos fluctuantes del proceso
revolucionario, de ascenso y descenso de sus fuerzas motrices y las flaquezas
internas que presentaba las fuerzas revolucionarias, no para ganar elecciones,
sino para afrontar la concreción del Plan de la Patria, su último y grandioso
legado a la historia, el plan de la transición al socialismo.
Por eso en forma inmediata a su gran triunfo del 7 de octubre de 2012 realizó
dos acciones de honda significación, que implicaban un directo mensaje al
pueblo bolivariano. Por un lado una autocrítica pública, en el ya mencionado
Golpe de Timón, pero que no se agotaba en la crítica al propio gobierno sino
que dio las grandes líneas de orientación para avanzar hacia el socialismo. Por
el otro una clara señal de enfrentar la corrupción y la ineficiencia imperante
en el ya amplio sector estatal de la economía, designando un cuerpo de
inspectores, con amplias facultades, a cuyo frente puso a la actual ministra de
Defensa. Es decir enfrentaba la nueva fase para avanzar en la transición con un
combate interno en dos frentes: una clara definición programática para la
concreción del socialismo, que oriente y sirva para valorar la acción tanto del
Estado como de las fuerzas revolucionarias; y con una decisión de enfrentar el
oportunismo y el burocratismo que estaba esterilizando en buena medida la
gestión pública y los enormes recursos derivados hacia allí.
Ambos eran reclamos de las bases sociales de la revolución, a la cual la
maquinaria partidaria del PSUV no supo dar respuesta. Porque el partido pasó a
depender cada vez más de los gobernantes locales de turno y de los ocasionales
administradores de las instituciones o empresas del Estado y no de sus bases.
En lugar del partido controlar a los funcionarios fue lo inverso, los
funcionarios pasaron a adueñarse del partido. El partido siguió funcionando,
bien, como maquinaria electoral, pero no como un nexo entre las bases y la
dirección política de la Revolución. Toda su estructura está diseñada en
función del registro electoral y se activa sólo en esos períodos. Enormes
fuerzas de la Revolución no encuentran en el partido el canal adecuado ni para
el debate, ni para la formación ni mucho menos para ejercer la imprescindible
crítica, es decir la contraloría social de los estamentos estatales y de
funcionarios. Esta situación fue reconocida de hecho recientemente por la
actual cabeza del PSUV, Diosdado Cabello, quien al hacer la convocatoria a un
próximo congreso extraordinario dijo que el partido debía trascender de ser
sólo una maquinaria electoral.
Chávez buscó una vez más abrir cauces nuevos a las fuerzas sociales para que
intervengan en la lucha por el poder, superando las evidentes limitaciones que
a mediados de 2011 ya mostraba el PSUV para enfrentar las próximas batallas
electorales, que serían definitorias por un período para el curso futuro del
proceso bolivariano. Para eso planteó el Gran Polo Patriótico (GPP). Con poco
éxito ya había intentado en años anteriores despejar el camino para la acción
autónoma de los trabajadores industriales en las empresas básicas de Guayana,
cuando planteó la necesidad del control obrero y dijo “me la juego con
ustedes”. Tanto las fuerzas internas burocráticas de la Revolución, como las
evidentes limitaciones corporativas y economicistas de los propios trabajadores
se coaligaron de hecho para frustrar una gran experiencia de masas, que en
definitiva atenta contra la estabilidad económica de las propias empresas y de
sus protagonistas, los trabajadores. Lo mismo volvió a repetirse con el GPP,
que aunque contribuyó indudablemente a movilizar electoralmente a colectivos
sociales que no tienen espacio en la estructura partidaria, no pudo ser una
fuerza centralizadora para generar grandes organizaciones de masas
Esta es una de las limitaciones de este proceso revolucionario. Pese al ímpetu
de las grandes movilizaciones populares no han nacido grandes organizaciones de
masas, ni entre los trabajadores, ni entre los campesinos, ni entre los
estudiantes. Por el contrario la tendencia ha sido a multiplicarse en forma
creciente, entre las que tienen vida real y las que sólo existen virtualmente.
O peor aún, fraccionarse las que habían surgido unitarias. Esta circunstancia
ha dado paso a una situación ambivalente porque por un lado expresa la
irrupción en la lucha social y política de quienes antes nunca habían
participado, pero por el otro representa una limitación muy grave para que las
bases populares puedan jugar un papel autónomo y democrático, que tengan vida
propia, insuflando y trasmitiendo la energía y las expectativas del pueblo en
los niveles decisorios de la estrategia revolucionaria. Casi todos los
esfuerzos de centralización han nacido de la mano del Estado, con lo cual el
riesgo cierto de subordinación al funcionariado y sofocación de la vitalidad
espontánea es hoy, en gran medida, una realidad.
Por eso las fuerzas sociales de la revolución, su nervio vital, aunque
mayoritarias, afrontaron los últimos procesos electorales cada vez más
desmovilizadas, siguiendo fieles a Chávez en primer lugar y a la propuesta
revolucionaria, pero menos proclives a participar, a movilizarse. Sólo cuando
sienten el riesgo de la agresión externa, la posibilidad cierta de perder lo
conquistado emerge desde lo más profundo de la sociedad la energía
revolucionaria de las masas. Como en la grandiosa movilización que cerró la
última campaña de Chávez, donde el pueblo comprendió que se jugaba el futuro y
ese día en términos de lucha de clases se decidió el resultado electoral, aún
antes del sufragio. Como reapareció cuando despareció Chávez y ante el
desconcierto creado, la derecha pretendió mediante maniobras leguleyas forzar
la salida de Maduro como jefe transitorio del Estado y crear división de las
filas bolivarianas. O cuando en pocas horas se acabaron con las bandas
fascistas que quisieron desconocer el triunfo de Nicolás el 14 de abril.
LÍNEAS DEFENSIVAS
La diferencia entre las “guarimbas” de 2004 y las actuales no está dada por la
mejor coordinación de las bandas que la protagonizan ni porque ahora tienen a
su alcance las redes mediáticas (tuits, feisbuk) de las que entonces carecían.
La diferencia radica en la distinta disposición de las fuerzas de la
Revolución. Recordemos que el pueblo venía en plena ofensiva, de propinarles a
la burguesía local y a sus mandantes imperialistas dos serias y contundentes
derrotas, la que truncó en pocas horas el golpe de abril de 2002 y la que
recuperó la industria petrolera de manos de la tecnocracia pro-yanqui que la
controlaba. El agotamiento de aquellas “guarimbas” y las limitaciones
geográficas a sus zonas residenciales exclusivas eran una expresión de la
desmoralización en la que habían entrado sus bases sociales, que estaban
retrocediendo desordenadamente y anticipaban lo que ocurriría pocos meses
después: la derrota catastrófica que iban a sufrir el 15 de agosto, cuando el
pueblo ratificó mediante el voto a Chávez.
Hay un profesor de “socialismo del siglo XXI” que desde su tribuna virtual ya
se apresuró a decretar la muerte del proyecto bolivariano de Chávez. Es el
mismo que durante años se pasó explicando que el factor determinante para
abortar el “carmonazo” en el 2002 fue la buena disposición de los paracaidistas
de Maracay. Estos profesores nunca podrán (ni querrán) entender que el verdadero
poder de fuego de esos soldados y el combustible real que movieron los tanques
de Fuerte Tiuna fueron los sans-culottes criollos que bajaron de los cerros
entonando las canciones de Alí y que estaban dispuestos a ponerle el pecho a
las balas. Desde entonces los lazos entre el pueblo bolivariano y los soldados
no han hecho más que fortalecerse.
Parece que una parte de la actual dirigencia de la derecha venezolana tiene la
misma ceguera que este profesor y sigue alentando el vandalismo porque
encuentra enfrente un pueblo más desmovilizado, confundido porque el gobierno
bolivariano no encontró el camino para frenar a la burguesía en el acoso
económico al que tiene sometido al pueblo durante el último año y especialmente
porque está golpeado por la pérdida de su líder histórico, que irradiaba
claridad estratégica, capacidad para equilibrar entre las distintas fuerzas de
la revolución y era un referente ético para las grandes mayorías.
Pero la desmovilización del pueblo, pacientemente disciplinado a la táctica de
no caer en provocaciones, se puede trocar en su opuesto en pocas horas. Esa es
una de las características de las crisis, el rápido cambio de las situaciones.
Quizás es una lección que el profesor y la burguesía aún no incorporaron de las
crisis pasadas. Por eso es necesario recordarlo.
Como también es necesario recordar que aquella fase de fracasados intentos de
la contrarrevolución se produjo en un cuadro latinoamericano y mundial
totalmente desfavorable para la Revolución Bolivariana. Ni la crisis económica
había golpeado todavía a los grandes centros del capitalismo mundial, ni había
surgido en América del Sur un entorno de gobiernos mucho menos obsecuentes –
aún con sus grandes limitaciones – al grandote mayor, que desde hace dos siglos
está convencido que estas tierras son la retaguardia de su propiedad.
La ofensiva coyuntural de la derecha local también se conecta directamente con
la línea más general del imperialismo de recuperar en América Latina aquellas
posiciones que perdió desde el fracaso del ALCA, en buena medida gracias a la
política antiimperialista de la Revolución Bolivariana.
Se puede asegurar que la Revolución Bolivariana ya sembró su semilla más allá
de la frontera y no está sola.
EL IMPERATIVO DE LA UNIDAD
La Revolución Bolivariana enfrenta no sólo al conjunto de la derecha local
empujada y prohijada por el imperialismo yanqui, sino en particular a su ala
fascista. Como enseña la experiencia histórica, pero particularmente la
latinoamericana de los años 70 (Chile, Argentina, etc) y especialmente la del
fracasado golpe de Estado de abril de 2002, donde hay avance revolucionario la
contrarrevolución no puede tener otra forma política que el fascismo.
Aunque lo ignoren muchos de los jóvenes de clase media que sirven de
lenguaraces a las falanges que los convocan a hacer barricadas o cerrar las
universidades, no están siendo movilizados para regresar a la vieja República
que añoran sus padres o al modelo occidental que les muestran en Miami.
La violencia de las bandas que hoy se impone en las parroquias donde habita esa
juventud prefigura la violencia del Estado fascista que conformarían desde el
poder y que es el que necesita la gran burguesía para subordinar a la inmensa
mayoría del pueblo, que no renunciará tan alegremente a las conquistas sociales
de estos años de Revolución. El cable acerado que degolló a un humilde
motorizado que se atrevió a desafiar un obstáculo callejero en el este de
Caracas tiene el peso simbólico de un futuro linchamiento social a los más
humildes, para aplicar las políticas de “shock” que supuestamente se requieren
para restablecer los llamados equilibrios macroeconómicos que aseguren al
capital las tasas de rentabilidad que la Revolución les viene recortando. De
ese ajuste tampoco escaparán los sectores medios, que hoy, por ejemplo, tienen
tasas reguladas para acceder a sus viviendas. Como se dice en estas tierras:
“cachicamo trabajando para lapa”.
La tríada infaltable del fascismo ha vuelto a mostrar todo su rostro en estos
días: violencia estatal o para-estatal (en este caso incluidos paracos),
programa al servicio del gran capital y una base social movilizada de sectores
medios o desclasados.
A la embestida fascista se la enfrenta con la unidad de todas las múltiples y
poderosas fuerzas de la Revolución, defendiendo sin condiciones al gobierno de
Maduro. Es en estos momentos cuando la última convocatoria pública de Chávez a
la unidad aparece con toda la luminosidad de su proyección en el tiempo de la
Revolución. La propia experiencia de abril de 2002 reafirma que fue la unidad,
entonces surgida desde el seno del pueblo y con alto grado de espontaneidad lo
que salvó a la Revolución.
Pero la historia también nos sirve para aprender de las experiencias negativas
frente al fascismo. La más trágica, aunque lejana para las generaciones
actuales, fue la que le abrió el camino al nazismo porque los dos grandes
partidos obreros alemanes de ese entonces, uno reformista, el otro adherente a
la política de la 3ª Internacional impulsada por el comunismo soviético, que se
consideraba revolucionario, no quisieron unirse para cerrarle el paso a las
fuerzas hitlerianas que venían creciendo, apoyadas en la desesperación de las
clases medias en medio de una grave crisis mundial.
Es cierto como señalan algunos autores y articulistas bolivarianos, que dentro
de las fuerzas chavistas no todos son revolucionarios, que hay sectores
reformistas, más inclinados a la conciliación con las fuerzas de la derecha que
a profundizar la revolución en la transición al socialismo. Pero así será por
un largo período, por razones históricas que exceden las causas locales y
ameritan otro espacio de debate. Pero frente al combate concreto, para
erradicar lo antes posible el rebrote fascista de las actuales “guarimbas”, es
imprescindible esa unidad entre quienes se consideran revolucionarios, incluso
radicales, con todas las fuerzas bolivarianas, dispuestas a defender al
gobierno.
Si como plantean algunos sectores bolivarianos – retomando los análisis de los
teóricos marxistas más destacados – la causa más profunda del reformismo
obedece a la influencia de las concepciones de la pequeña burguesía en el seno
de la Revolución, también es del caso recordar que la superación dialéctica de
esta situación no se logrará en base a la lucidez organizada de un pequeño
grupo, por más fieles y abnegados que sean sus integrantes, sino en la larga y
compleja tarea para que sea una clase trabajadora conscientemente unida y
organizada la que asuma el comando de la transición al socialismo,
especialmente en el corazón productivo, que es el flanco más débil de la
Revolución. Para decirlo con las imágenes de la pedagogía que empleaba el
Comandante, es la colina que todavía no se pudo conquistar.
En su legado Chávez también nos dejó claras orientaciones en esta dirección.
CHÁVEZ SOMOS TODOS
Las fuerzas burguesas que apostaron a sumarse a las Conferencias de Paz
necesariamente deberán llevarse algunos logros concretos. El gobierno
necesariamente tendrá que rectificar errores – entre ellos los del entramado
burocrático del aparato estatal – pero también deberá hacerles concesiones,
sino echará más gasolina al incendio fascista. Seguramente el sector
capitalista tendrá más espacio en el mercado del que ya controla y con ello más
fuerza para seguir presionando al gobierno de Maduro. Es decir se abre un
período de fuerte tensiones políticas, signado por la puja entre concesiones
gubernamentales y demandas de las viejas clases dominantes.
El primer objetivo del gobierno, además de aislar al sector fascista, sin duda
deberá tender a revertir el desabastecimiento y estabilizar precios de los
artículos esenciales.
En este previsible cuadro, las fuerzas revolucionarias la principal fortaleza
que pueden oponerse a las presiones de las clases explotadoras es una mayor
cohesión y solidez política. Pero esto depende fundamentalmente de la actitud
que adopte la dirección de la Revolución, empezando por la del PSUV. Mientras
se mantiene una movilización expectante de todas las organizaciones sociales y
políticas revolucionarias, dispuestas a intervenir ordenadamente si los
fascistas no retroceden, es imprescindible abrir otras mesas de diálogo.
Se trata del diálogo revolucionario con todas las bases sociales de la
Revolución. Aún cuando se apaguen las candelas de las bandas fascistas, es
necesario promover un gran debate de autocrítica sobre las fortalezas y
debilidades de las fuerzas revolucionarias, un gran debate sobre la actual
coyuntura y sobre las líneas para avanzar en la transición. Ante la perspectiva
de un Congreso extraordinario del PSUV esta sería la mejor vía para prepararlo,
aunque se prolongue un tiempo más.
Cuantos más rodeos tácticos nos exijan las circunstancias de la lucha de
clases, tanto más firmeza y tanto más arraigado deben estar los objetivos
estratégicos, buscando las conexiones necesarias para que entre la táctica y la
estrategia no se produzcan los vacíos que caracterizan a todas las políticas
oportunistas y de retroceso de las revoluciones.
Ahora Chávez somos todos, un colectivo multitudinario, que debe unificarse no
sólo en los grandes objetivos del Plan de la Patria, sino en los caminos
posibles para darle concreción en las difíciles condiciones de ofensiva
contrarrevolucionaria.
Ahora Chávez somos todos, por eso debemos recuperar colectivamente – y con urgencia
– las advertencias del Golpe de Timón, no sólo para forjar el Poder Comunal,
sino para avanzar en la consolidación del modo productivo de esta fase de
transición al socialismo. Por eso vale recordar lo que allí decía Chávez,
citando a un teórico marxista húngaro: “El patrón de medición de los logros
socialistas es hasta que grado las medidas y políticas adoptadas contribuyen
activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo
sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”.
Un modo democrático de control social implica necesariamente la irrupción del
Poder Popular. Sabemos que estamos retrasados, más retrasado que cuando el
Comandante hizo la autocrítica. Por esas debilidades de la revolución le
facilitamos el camino a la derecha. Ahora Chávez somos todos y colectivamente
debemos encontrar el camino para retomar la ofensiva revolucionaria. La
dirección de la Revolución tiene la obligación con la memoria de Chávez de
auspiciar este debate.
Un modo de autogestión general supone una sociedad basada en el trabajo humano
y el papel relevante de los trabajadores organizados, no para ser mano de obra
explotada, sino productores libres asociados, que asuman el hecho social de la
producción.
Ahora Chávez somos todos y colectivamente debemos construir, paso a paso, como
avanzamos de la situación actual a la meta que nos propuso el Comandante y que
ratificamos con nuestro voto.
Pero para que no queden dudas que el enunciado de Chávez no fue un rapto de
voluntad revolucionaria (que le sobraba) agregaba inmediatamente, citando un
texto del profesor Giordani sobre la transición al socialismo, que esta exige “
La incorporación de mecanismos de autogestión productiva a nivel colectivo; la
utilización de una planificación democrática como mecanismo regulador de las
relaciones productivas ”
Por más “guarimbas” que programe la derecha deberá enfrentar a un pueblo que ha
dado más de una prueba de voluntad revolucionaria y madurez política, luchando,
incluso exponiendo la vida, pero también sabiendo evitar las provocaciones,
como en estos días cruciales.
Ahora Chávez somos todos y colectivamente derrotaremos a los fascistas,
aislaremos a los derrotistas y retomaremos la ofensiva revolucionaria hacia la
Democracia revolucionaria y el socialismo.
¡¡ Chávez vive !! ¡¡ La lucha sigue !!
nn.bacher@gmail.com